El amor no muere por causas naturales.
Muere por negligencia y abandono.
Muere por ceguera e indiferencia
y porque se lo da por sentado. Las omisiones son generalmente más graves
que los errores cometidos.
Finalmente, el amor muere de cansancio,
porque no se lo alimenta.
No dejamos de amar así porque si,
del mismo modo en que
nos enamoramos porque si.
Cuando el amor muere,
es porque uno o ambos amantes
lo descuidaron,
no lo avivaron ni renovaron. Como cualquier otro ser viviente,
el amor requiere el esfuerzo
de mantenerlo sano.
Sin Tú Latido, es como un dolor sin sentido, como un nunca haber estado ahí, como un eterno despedirse, como algo que no fue y ya nunca será, olvido y resignificación, tarea probablemente de las más duras, largo y pesado camino donde nunca encontrará senderos ni siquiera en aquellas estelas que marcaron su impronta en el centro del ser....
una mañana de Abril.
Sueños
Hay algunos que dicen
que todos los caminos conducen a Roma
y es verdad porque el mío
me lleva cada noche al hueco que te nombra.
Y le hablo y le suelto
una sonrisa, una blasfemia y dos derrotas;
luego apago tus ojos
y duermo con tu nombre besando mi boca.
Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo,
sin tu latido.
Que el final de esta historia,
enésima autobiografía de un fracaso,
no te sirva de ejemplo,
hay quien afirma que el amor es un milagro.
Que no hay mal que no cure
pero tampoco bien que le dure cien años;
eso casi lo salva,
lo malo son las noches que mojan mi mano.
Aunque todo ya es nada,
no sé por qué te escondes y huyes de mi encuentro.
por saber de tu vida
no creo que vulnere ningún mandamiento.
Tan terrible es el odio
que ni te atreves a mostrarme tu desprecio,
pero no me hagas caso,
lo que me pasa es que este mundo no lo entiendo.
Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo,
sin tu latido.
Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo,
sin tu latido.
Ay, amor mío,
qué terriblemente absurdo
es estar vivo
sin el alma de tu cuerpo,
sin tu latido.
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes, o este sol colorado que es mi sangre furiosa cuando entro en ella hasta las últimas raíces? ¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo, repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una, a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.